Me levanto temprano, porque no me gusta ir
corriendo. Me ducho, me tomo mi tiempo, me despejo, intento mejorar mi imagen
ante el espejo, y salgo en silencio a enfrentar el día.
Llego al
barrio donde trabajo, me reconforta el color que tiene en las primeras horas
del día. Me siento con mi café en mi mesa preferida de la cafetería, y curioseo
Instagram, pacientes, gente a la que sigo (muchos perfiles son de maternidad,
de embarazo, de abortos…). Me siento bien cuando estoy allí, encuentro muchas
miradas de afecto en las personas con las que voy coincidiendo a lo largo del
tiempo, desde el camarero, hasta los habituales.
De camino al
despacho, voy dando un rodeo y así aprovecho para estirar las piernas un rato,
que luego estoy casi todo el día sentada. Y como cada vez que voy a algún
sitio, me fijo en la gente que me cruzo, intentando entresacar información
sobre sus vidas, a dónde irán, si serán buenas personas, si estarán en
conflicto con alguien, si se sienten bien, si van sonriendo… Y si son mujeres
embarazadas, todavía me fijo más, y me viene a la mente la clásica pregunta: ¿por
qué ellas sí y yo no?. Qué infantil, verdad?, qué inmaduro!, pero también, qué
inevitable!. Las miro tanto porque necesito ver en ellas algo que me confirme
que se merecen estar embarazadas. Por fortuna, siempre lo encuentro, y si no,
me lo imagino.
Me viene bien
escribir un poco cada día, así que cuando llego al despacho, algunos días le
dedico un rato a ir actualizando mi diario de búsqueda de embarazo, y de este
modo me quedo algo más tranquila. O no, todo depende… Hay días que sólo con
escribir un rato no me tranquilizo y tengo que invertir más esfuerzo en no
dejarme llevar por el desánimo general que siento.
Lucho por ser
yo misma en conjunto, lucho porque mi “yo madre” no tenga siempre el
protagonismo de todos mis días. Pero no puedo. ELLA es la primera en aparecer
nada más me despierto. ELLA es quien va conectando con la maternidad todas las
cosas que pasan a mi alrededor y por mi mente. Es ELLA quien llega al trabajo y
enciende el ordenador con la intención de conseguir más información, testimonios,
experiencias, buenas noticias, apoyo emocional… Ella decide cuándo tiene
bastante, y la mayoría del tiempo es insaciable…
Si tengo
pacientes por la mañana, todo es más fácil, porque rápidamente entro en otras
vidas, en otras mentes y en otros problemas, y me olvido de mí misma. Puedo ser
Ricardo, María, Silvia o Carlos durante unas horas, y de verdad que en esos
momentos no hay nada más importante para mí que sus vidas.
Si no tengo
pacientes, voy dedicando la mañana a otras cuestiones de trabajo, y al final
siempre encuentro la excusa perfecta para salir. O bien tengo que ir a comprar
algo, o a la Farmacia, o simplemente cojo la bici y me voy a dar una vuelta o a
hacer algún recado más lejos.
El rato de
comer me gusta, o quizá me gusta más el de después de comer. Tengo varias
opciones. Si hace buen tiempo, cojo un libro y me bajo a mi terraza favorita a
tomarme un cortado (descafeinado, por supuesto), y me despejo, además de tomar
el sol, que lo tengo impuesto un rato de cada día. Si no hace buen tiempo, o yo
me siento bien, suelo quedarme en mi pequeño sofá del despacho y me veo algunos
vídeos en Youtube de gente a la que sigo, y descanso un poco física y
mentalmente. Otras veces, me siento más animada y decido salir a caminar por el
barrio. Mi barrio es un lugar fascinante, por la gente y las calles y los
lugares, me encanta pasear por esta zona.
Mi tarde de
trabajo me vuelve a sacar de mi soledad y de mi estado más “pasivo” y vuelvo a
convertirme en diferentes personas, personalidades y vidas, según voy
atendiendo a mis pacientes. Si tengo horas vacías sin consulta, siempre busco
alguna tarea relacionada con mi trabajo (tengo una lista muy larga de ellas y
la voy cumpliendo poco a poco…).
El final del
día siempre me hace sentir bien, como con cierto alivio, como un impulso
tranquilo que me lleva a buscar el descanso. Llamo a mi marido y me bajo a la
calle a esperar que me recoja, y de nuevo, me entretengo observando a la gente
pasar. Y aparece él, mi amor, mi todo, mi compañero de vida, la persona más
bonita que existe en este mundo, doblando la esquina con el coche y sonriente,
y recibiéndome con un: ¿cómo está mi princesa?. Y yo no tengo más remedio que
decirle que bien, porque aunque segundos antes haya estado desanimada o
agobiada, sólo con verle sonreírme, se me pasa todo en esos segundos.
Muchas veces
quiere tentarme con ir a cenar algo rico a nuestros lugares favoritos, pero
sabe que la mayoría de las veces le diré que no, porque soy muy firme con
algunos de mis propósitos, y no acostarme con el estómago lleno, es uno de los
que más me preocupan últimamente. Y lo acepta, yo creo que casi se lo espera. Y
las veces que le digo que sí, que me vendría bien, pues esa sorpresa que se
lleva!.
El tiempo que
paso en casa antes de ir a dormir es realmente corto, y si me conoces, no te
sorprenderá saber que está lleno de rituales. Si he terminado a una hora
razonable de trabajar y hemos llegado a casa a buena hora, preparamos algo
ligero de cena y vemos mientras tanto un episodio de “Friends”, que nos encanta
para esos ratos, porque esa serie nunca pasa de moda. Y hablamos un poquito de
todo en general y de nada en particular. Y si hemos llegado tarde porque he
salido de trabajar tarde, directamente no cenamos y pasamos a todo lo demás.
Todo lo
demás, va a depender de si tengo medicación que tomar y pinchazos que ponerme,
pero antes de eso, medito un ratito, y mientras, voy calentando nuestras
bolsas de perlas de lavanda para la cama. Me desmaquillo, me lavo los dientes,
me pongo mis cremas. Me tomo lo que haya que tomar, y me voy a acostarme.
Y ahí termina
mi día. Tengo el horario de sueño de un niño pequeño, desde las 21:30 o 22:00 ya
estoy metida en la cama, y caigo redonda a los pocos minutos. Me esfuerzo por
mantenerme despierta y ver una serie con mi marido, pero lo consigo muy pocas
veces, y él, que es un amor, va echándome un ojo de vez en cuando para ver
cuándo me he dormido y parar la serie para que la podamos retomar desde ese
momento otro día. Me gusta cuando se gira para mirarme, porque siempre me
sonríe si ve que todavía sigo despierta.
Todos mis
días entre semana son así, excepto los Viernes, que de momento no trabajo y lo
dedico a otros compromisos, que a veces me cuestan más esfuerzo que mi propio
trabajo, pero que también necesito tener en mi vida, como la música… Pero ya hablaré de eso otro día.